A veces te fallan y a veces fallas, así es la vida. Te caes, te levantas, te ayudan o te arrastras. Hay opciones, hay decisiones. A veces eres tú o los demás. Tiene que haber equilibrio. Blanco o negro no es la salida. Los grises a veces también son solución. Los días oscuros son buenos para valorar los días claros. A veces aprendemos a nadar ahogándonos y a veces volamos bien alto tumbados en nuestra cama. Que la vida es muy jodida si nos paramos a pensar por los demás, a cavilar sobre qué dirán, a anudarnos la hipofrenia como si una camisa de fuerza se tratara, que eso no nos lleva a nada. Tenemos que aferrarnos al borde del precipicio porque nos va la vida en ello. Porque la vida es nuestra. Tenemos que agarrarla como si fueran billetes de quinientos euros. Y mirarla con ojos brillantes como si del primer amor se tratase. Pero tenemos que saltar y no abrir el paracaídas hasta el último momento. Hace un tiempo leí que «las locuras que hacemos hoy serán las grandes historias del mañana» y qué razón tiene. Hay que arriesgarse y disfrutar del trayecto, que cuando llegue nuestro momento de acomodarnos a ver el final, digamos: "¡Joder, ha merecido la pena!"
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